En La Habana el arte anda por todas partes. No se queda inmóvil en un teatro, en espera del público. De lo estático, prescinde totalmente, porque el movimiento es existencia, y qué más vida que la que se mueve en nuestra capital.

La belleza de nuestra ciudad azul, lo acompaña para darle soporte y leal consejo en cada esquina, en cada rincón. Y, cual niño juguetón, no se contiene, da salida a la pasión, ese fuego que exhibe sin límites para dejar transportados a los transeúntes, por su magia.

El hechizo de la capital que ampara y sirve de soporte al embrujo es fiel cómplice para desatar sus furias y arropa el paso del caminante común, con una danza magistral, en el Gran Parque Metropolitano de La Habana.

Incapaz de inhibirse, toma las riendas para no parar en su frenético paso y está, no solo aquí sino en cualquier sitio, porque somos una ciudad de luz, de gentes con gentileza y maestría, sabedores y conocedores de cada expresión artística. En fin, tanto nativos como visitantes sabemos que La Habana por sí misma es eso, sencillamente, arte.