Entre las mayores vergüenzas que he pasado en mi vida está no reconocer a las personas, mejor dicho, a una persona especial: una de mis maestras. Lo recuerdo como si acabara de ocurrir: iba caminando, me llaman por mi nombre y cuando volteo ella automáticamente me da un beso en la mejilla, me comenta cuánto he crecido y me pregunta por la familia y mi ocupación.

Creí que era de esas amistades de la familia, que me conocieron de pequeña y se acuerdan de mí; los amigos de la familia siempre recuerdan, aunque te hayan visto de bebé y cambiado un montón con los años. Pero no, era una de mis educadoras de la Enseñanza Primaria a quien intenté sondear con respuestas clásicas para que no se diera cuenta de mi despiste.

La memoria me falla cuando intento precisar en qué punto de la conversación ella mencionó de donde me conocía y acto seguido me alumbré, comencé a hablar con más naturalidad y confianza. Lo que si recuerdo muy bien fueron las palabras de mi acompañante: “la mayor ofensa a un profesor es olvidar quien es”.

Quise justificar mi negligencia con los cambios bruscos de escuelas, mi corta edad en aquella época y el poco tiempo que compartí con ella; sin embargo, quedó en mi mente algo más poderosos como los valores y los ideales que debe poseer alguien para que una parte importante de su mundo gire en torno a los demás, y no desde el narcisismo sino desde la pura preocupación.

Amor, dedicación, paciencia, y sabiduría son algunos de los elementos que hacen al educador, el cual no tiene más pretensión que la labor cumplida, el agradecimiento de los estudiantes y un lugar en el corazón de esos con los que compartió, a los que enseñó la mayor parte de su día. 

Malos casos siempre habrá en el camino, mas abundan quienes con su actuar perfeccionaron la manera de pensar, de observar, de interpretar; predominan quienes trabajando o retirados se encuentran y saludan a sus alumnos sin importar el período trascurrido.

Llegaron, con el tiempo, otros paradigmas de educación como mi tío y mi mejor amiga; nada que ver uno con el otro si de carácter se trata, pero con las cualidades de los verdaderos maestros.

Mi tío no fue tarea fácil pues su política era que la familia debe dar el ejemplo. Licenciado en Matemáticas, me evaluaba con mayor rigor que a los demás, quienes también se daban cuenta, pero no decían nada por el profundo respeto que inspiraba el profesor.

El estudio era mi prioridad gracias a esta situación y cuando terminaba de jugar con las amistades del barrio, me esperaba en la casa un mazo de cartas, un tablero de damas y un librero con literatura variada.  La educación no terminaba en la escuela y en los hogares ellos también son padres, abuelos, primos o tíos que velan por la evolución del ser humano.

Por otra parte, mi amiga, la más fiestera del grupo, resultó ser profesora de la CUJAE tras graduarse en la propia universidad. No dejó de divertirse, pero la tarea le dio un aire más responsable y profesional a esa niña que desde la escuela primaria era la primera en llegar a las casas de estudio y que en las demás enseñanzas le explicaba con ternura el contenido a sus compañeros.

Mi historia puede ser la de cualquiera. Todos tenemos en la vida a maestros que no podremos olvidar y que si lo hacemos, es mejor llamarse a capítulo y recordar.