En la historia de los pueblos destacan por su relevancia ciertos nombres, lugares y días. Para Cuba, uno de ellos es el 17 de diciembre de 2014 cuando recibimos de regreso a la Patria a los últimos tres de aquellos cinco hijos prisioneros en las entrañas del Imperio. Cinco héroes, cinco hombres. El pueblo de la Isla se estremeció cuando Ramón Labañino, Gerardo Hernández y Antonio Guerrero descendieron por la escalerilla del avión que les trajo de vuelta. Con este último, conversó Tribuna de La Habana en ocasión de celebrarse el primer lustro de tal acontecimiento.

Volver… ¿Cuántas emociones y de qué tipo?

—Cuando estuvimos los tres juntos, justo antes de abordar el avión que nos traería de regreso a la Patria, empezó la cubanía, los chistes y Gerardo a desbordar esa alegría suya, al punto de que el equipo de seguridad que nos transportaba nos llamó la atención. Durante el viaje, en avión, iban abiertas las ventanillas hasta que las cerraron cuando nos acercamos a La Habana. Ya en el aeropuerto hubo algunos minutos de tensión, porque toda la operación debía ser con un sincronismo: el avión de aquí hacia allá, con el nuestro… Todo el tiempo vinimos esposados hasta que nos liberan y nos van pasando para tres asientos cerca de la puerta. El oficial que me quitó las mías fue el más lento de manera que soy el último en sentarme. Quedo entonces en el asiento que da al pasillo y trato de cambiar con Gerardo porque me hubiera gustado que saliera de primero, pero no nos lo permitieron y es por eso que me tocó bajar de primero.

“Cuando vamos descendiendo, uno siente ya tranquilidad -es lo primero-, emoción; pero es como que te sientes que se acabó aquella historia, es el telón que cierra aquella historia, pero el momento en que pisas la plataforma, suelo cubano, y das el abrazo al primer compañero, cerraste el capítulo y empiezas a vivir la otra emoción que es la de la libertad. Durante todo el tiempo de prisión estás siendo un rehén de quienes te custodian, ya ahí de golpe te cae… la hora del día, el calor cubano, lo nuestro y más que todo, un inmenso sentimiento de libertad, no creo que hayan palabras que puedan explicarlo.

“El primer encuentro que tuvimos fue con Raúl en el Ministerio de las Fuerzas Armadas y ahí mismo le expresamos nuestra disposición de incorporarnos en la tarea que fuera necesaria de inmediato y luego, en conversación con Díaz-Canel, le ratifiqué lo mismo pero ya con un poco de humor criollo. Le expuse solo un reparo y era que si decidían enviarme a Santiago de Cuba, tendrían que pedirle permiso a mi mamá. Era en broma, pero pensando en que ella siempre se ha quejado un poco de mis constantes lejanías”.

¿Alguna vez ha pensado en cuántos corazones cubanos se apretaron de emoción al saber de su regreso?

—La gente aún te ve y lo primero que quiere contarte es cómo vivió ese día, dónde estaba, qué estaba haciendo y si lloró… la gente sigue teniendo una referencia de ese día muy particular y así suele pasarnos a todos. Yo recuerdo, siendo un niño, cómo recibimos la noticia de la muerte del Che, mami nunca olvida la fecha en que me fui de Cuba, como no olvidan René y Olguita, la fecha en que él cogió el avión y salió ilegalmente del país.

“El 17 de diciembre, lógicamente, fue el fin de una batalla muy larga, con Fidel al frente, y la gente lo sintió en la piel. Aún -aunque pudiera parecer exagerado-, no pasa un día sin que me llegue una muestra del afecto. Las personas no logran vernos con la normalidad de un trabajador o un ciudadano que camina por las calles. Sentimientos de agradecimiento muy profundos.

“Por otra parte, no fue fácil adaptarnos a la vida laboral, porque fueron muchos años lejos y muchas cosas han cambiado. En mi vida no tengo pesares por el tiempo de la presión, nunca me sentí preso. Haber salido de Cuba a cumplir una tarea y dejar detrás toda una vida personal y profesional fue sencillamente cumplir un deber, como lo han hecho otros tantos hombres y mujeres en el anonimato. Fue algo natural, que ni siquiera es extraordinario aunque reconozco a veces que las condiciones en que nos tocó vivir fueron extremas y hubo momentos muy complicados. Era una situación de estar incluso dispuestos a morir en la prisión, pero supimos desempeñar nuestro papel.

“La libertad del ser humano es mental más que todo y sentíamos mucha libertad. Nos sentíamos vivos y activos y eso propició que pudiéramos hacer tantas cosas y encontrar, en buena medida, la esencia de la vida. No habría sido necesario escribir poemas, solo el hecho de resistir por lo que eso significa para este pueblo nos hizo sentir útiles, porque fue una herramienta para denunciar el doble rasero de la política contra el terrorismo del gobierno de Estados Unidos.

Cinco años más tarde, ¿cómo es la vida de Antonio?

—Todos los días me levanto y me acuesto con un pensamiento hacia el deber, lo cual para mí es vital. Siempre llevo conmigo la guía de Fidel. Él nos enseñó a ser altruistas y optimistas. Nos instó a buscar siempre en la raíz de las cosas y a partir de ahí, actuar. Nos convocó a luchar por transformar todo lo que debe ser cambiado. Por encima de todo, defender lo justo y nuestra soberanía.

Durante estos cinco años hemos tenido vivencias inolvidables. Lo más importante ha sido y es sentir el orgullo de ser hijo de un pueblo como este, vivir en un país como el nuestro, amar nuestra historia y nuestra revolución y ante las agresiones de ayer y de hoy de un imperio empeñado en destruirnos, estar dispuestos al mayor sacrificio por defender nuestras conquistas.