Como ya se ha hecho tradición, esta mañana se desarrolló en la histórica Acera del Louvre, del Hotel Inglaterra, el acto de conmemoración que cada año realiza la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana (OHCH) en homenaje a los Ocho estudiantes de Medicina, asesinados en 1871 por el colonialismo español.
Igualmente, fue recordada la postura del oficial canario, Nicolás Estévanez, quien al conocer de la muerte de los estudiantes protestó públicamente y quebró su sable, para luego pedir su licenciamiento absoluto del ejército.

Las palabras centrales de la ceremonia que reunió a una representación de estudiantes, trabajadores de la OHCH y miembros de la Sociedad Canaria de Cuba, estuvieron a cargo del Director de Patrimonio de la entidad, Michael González, quien recalcó la inocencia de ese grupo de jóvenes.
Asimismo, recordó que aunque la guerra del 68 no había llegado a La Habana existía una tensión muy grande en el cuerpo de voluntarios ante los éxitos de las tropas mambisas en el oriente del país, como sucedía con las fuerzas bajo el mando de Antonio Maceo y en momentos en que Máximo Gómez llevaba a cabo la campaña de Guantánamo.
En medio de estos acontecimientos ocurre el apresamiento y posterior fusilamiento de estos jóvenes, víctimas del “desprecio, la injusticia y el odio exacerbado”, en medio también de las extorsiones y la corrupción política que caracterizaban al gobierno de la época.
De acuerdo con González, la situación generada en aquel momento parcializó a la opinión pública pues fue un asunto “extremo, en el cual no cabía el término medio”.
Esto se evidencia en el libro El 27 de noviembre de 1871, escrito por Fermín Valdés Dominguez, amigo y condiscípulo de los estudiantes, y quien años después se encargó de aclarar esa inocencia, agregó el directivo de la OHCH.

“Las acusaciones realizadas fueron la profanación de la tumba del periodista entreguista Gonzalo de Castañón; pero cuando se revisa el código penal de la época dice que ¨quien indujera un acto de profanación a la memoria o a los restos físicos de alguna personalidad o institución podía recibir arresto mayor y/o multas entre 125 y mil doscientas pesetas¨. Aún así vemos que la culpa de los estudiantes fue sobredimensionada, y Fermín Valdés se encargó de aclarar esa inocencia”, explicó González.
Ángel Laborde Perera, José de Marcos Medina, Juan Pascual Rodríguez Pérez, Carlos de la Torre Madrigal, Carlos Verdugo Martínez, Alonso Álvarez de la Campa y Gamba, Anacleto Bermúdez y González de Piñera y Eladio González Toledo, fueron fusilados en esa fatídica fecha. Años más tarde, el propio hijo de Gonzalo de Castañón reconoció la falsedad de tales calumnias.

A 148 años de la muerte de estos jóvenes, nuevamente la juventud habanera gritará al mundo su inocencia cuando en marcha compacta lleguen esta tarde hasta el monumento de Prado y Malecón, lugar donde fueron fusilados, para volver a rendirles merecido homenaje.
A ellos, nuestro Héroe Nacional José Martí dedicó el siguiente poema titulado A mis hermanos muertos el 27 de noviembre de 1871.
Cadáveres amados, los que un día
ensueños fuísteis de la Patria mía,
Y luche con mis lágrimas, que hervían
en mi pecho agitado, y batallaban
con estrépito fiero,
pugnando todas por salir primero;
y así como la tierra estremecida
se siente en sus entrañas removida,
y revienta la cumbre calcinada
del volcán a la horrenda sacudida,
así el volcán de mi dolor, rugiendo,
se abrió a la par en abrasados ríos,
que en rápido correr se abalanzaron,
y que las iras de los ojos míos
por mis mejillas pálidas y secas
en tumulto y tropel precipitaron.
Lloré, lloré de espanto y amargura:
cuando el amor o el entusiasmo llora,
se siente a Dios, y se idolatra, y se ora.
¡Cuando se llora como yo, se jura!
¡Y yo juré! Fue tal un juramento,
que si el fervor patriótico muriera,
si Dios puede morir, nuevo surgiera
al soplo arrebatado de su aliento!
¡Tal fue, que si el honor y la venganza
y la indomable furia
perdieran su poder y su pujanza,
y el odio se extinguiese, y de la injuria
los recuerdos ardientes se extraviaran,
sobre un montón de cuerpos desgarrados
una legión de hienas desatada,
y rápida y hambrienta,
y de seres humanos avarienta,
la sangre bebe y a los muertos mata.
Esclavos tristes de malvadas gentes,
las hienas en legión se desataron,
y en respirar la sangre enrojecida
con bárbara fruición se recrearon!
Y así como la hiena desaparece
entre el montón de muertos,
y al cabo de un instante reaparece
ebria de gozo, en sangre reteñida,
¡así con contemplarte se recrea,
así a la patria gloria te arrebata,
así ruge, así goza, así te mata,
así se ceba en ti, maldita sea!
¡Campa! ¡Bermúdez! ¡Álvarez! Son ellos,
pálido el rostro, plácido el semblante;
¡Horadadas las mismas vestiduras
por los feroces dientes de la hiena!
¡Ellos los que detienen mi justicia!
¡Ellos los que perdonan a la fiera!
¡Dejadme ¡oh gloria! que a mi vida arranque
cuanto del mundo mísero recibe!
¡Deja que vaya al mundo generoso,
donde la vida del perdón se vive!
¡Ellos son! ¡Ellos son! Ellos me dicen
que mi furor colérico suspenda,
y me enseñan sus pechos traspasados,
y sus heridas con amor bendicen,
y sus cuerpos estrechan abrazados.
¡Y favor por los déspotas imploran!
¡Y siento ya sus besos en mi frente,
y en mi rostro las lágrimas que lloran!
¡Oh gloria, infausta suerte,
si eso inmenso es morir, dadme la muerte!
Cuando la gloria
a esta estrecha mansión nos arrebata,
el espíritu crece,
el cielo se abre, el mundo se dilata
y en medio de los mundos se amanece.
¡Déspota, mira aquí cómo tu ciego
anhelo ansioso contra ti conspira:
mira tu afán y tu impotencia, y luego
ese cadáver que venciste mira,
que murió con un himno en la garganta,
que entre tus brazos mutilado expira
y en brazos de la gloria se levanta!
No vacile tu mano vengadora;
no te pare el que gime ni el que llora:
¡mata, déspota, mata,
para el que muere a tu furor impío,
el cielo se abre, el mundo se dilata!
José Martí