Los inmuebles No. 381, 383 y 385 de la Calle Cerrada entre 13 y 14 en la barriada de Lawton en el municipio capitalino de Diez de Octubre no se parecen a otros, son tres “castillos”. Anacrónicos, vetustos, pero hermosos, estos quijotes arquitectónicos luchan contra molinos de tiempo y una ciudad que amenaza con olvidarlos.
Nadie sabe con exactitud los orígenes de tan peculiares viviendas, sin embargo, existe una certeza: los castillitos de Lawton ocupan el No. 3 en el Inventario Nacional de Construcciones y Sitios, luego de habérseles otorgado grado II de protección, lo cual fue confirmado por Tania Ojeda Trigueiro, licenciada en Historia y especialista del Museo Municipal de Diez de Octubre.
Este inventario, realizado por la Comisión Nacional de Monumentos, constituida el 12 de enero de 1978, reúne aquellas edificaciones que por sus valores ambientales, históricos, culturales o arquitectónicos merecen y deben ser conservadas como parte del patrimonio nacional, según grados de protección I, II y III, siendo el primero el más estricto y el tercero el más flexible, apuntó Yaneli Leal del Ojo de la Cruz, profesora del Colegio San Gerónimo.
Según Ojo de la Cruz, un inmueble puede perder su grado de protección si debido a la mano del hombre o la ocurrencia de fenómenos naturales, este perdiera los valores por los cuales fue incluido en el registro. A esas, el requisito de los castillitos, es conservar su estructura original.

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Ni siquiera los vecinos más antiguos del lugar logran unificar en forma de certidumbre las tantas leyendas que rodean a los castillitos, llamados así por quienes les conocen, y que probablemente hayan sido terminados en las primeras décadas del siglo XX, aunque los documentos de propiedad ostentan diversas fechas, entre 1916 y 1930.
“No existen investigaciones sobre estos castillos. Hasta el momento, el trabajo museológico en este municipio se ha inclinado más a la historia que a las construcciones del territorio”, explicó Ojeda Trigueiro.

Así, las versiones emanan sin freno del imaginario colectivo de los lawtenses, algunas avivadas por relatos escuchados en alguna esquina y otras de conjeturas ancladas a su propia lógica.
Sea cual fuere el objetivo inicial de su construcción fueron hechas con una mentalidad de lujo que sobrepasa todos los estándares del sitio donde se encuentran emplazados, un barrio obrero que nació y se desarrolló bajo el signo de la humildad de los trabajadores fabriles y portuarios.
En su estructura original, ligeramente alterada por las adecuaciones realizadas por las distintas familias que hoy las habitan a fin de mantenerlas en pie, pueden advertirse muy bien delimitadas las áreas de servicio, de lo cual se deduce la utilización de una regia servidumbre para sus primeros moradores.
Unos afirman fueron erigidos a solicitud de Remigio Fernández, primer dueño del matadero de reses que hasta entrada la década de 1990 funcionaba como tal, a pocos metros del lugar, bajo la administración del estado cubano, y hoy convertido en viviendas.
Según esta versión, Fernández habría ordenado la construcción de tres castillos similares, ubicados en una estratégica colina desde donde controlar el negocio familiar.
Sin embargo, existe otra posibilidad. Cierta compañía de construcciones proveniente de Holanda, cuyo nombre todos desconocen, perseguía establecerse en Cuba al finalizar la I Guerra Mundial y para hacerlo construyó tres preciosistas castillos como “modelos” a ofrecer a los adinerados del momento, en una zona apartada del bullicio, pero a la vez de fácil acceso desde los centros mercantiles de la ciudad.
Esa sería la razón por la cual estas viviendas fueron dotadas de falsas estufas, alejadas de las chimeneas que deberían expulsar su humo y que sobresalen, eso sí, de las techumbres excesivamente triangulares cubiertas de tejas en cuyo reverso puede leerse aún la marca del fabricante: Ludowici-Celadon, Imperial Tile, provenientes de Chicago, Estados Unidos.
Aida González Rey es propietaria del castillo 383, desde hace más de 50 años. Cuando uno de los huracanes azotó a La Habana en el año 2004, la casa sufrió daños irreversibles en la cubierta. Ante la inexistencia de una solución que permitiera conservar la estructura original, (y el grado II de protección), fue necesario reemplazar la triangular techumbre por una placa de hormigón armado.

El hijo de Aida, junto a su padre y hermano, se encargó de remover las 16 000 tejas que cubrían la vivienda y las apilaron en un rinconcito del patio. No sabe qué hacer con ellas, pero no piensa deshacerse de ninguna.
En tanto, el castillito # 381, una vez triunfada la Revolución albergó a la escuela Javier Valdés Garza, (en algún momento fue fregadero de botellas de la fábrica de refrescos Coca-cola), para luego convertirse en restaurante, hasta devenir almacén de materiales de la Micro Social.
Entonces, explica Mercedes López Matamoros, una de sus residentes, algunos inescrupulosos irrumpieron en el edificio y removieron las losas de piso, los muebles sanitarios originales, incluso los azulejos. Es hoy el más deteriorado de los tres.
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Según señala María Victoria Zardoya, profesora de la Facultad de Arquitectura del Instituto Politécnico Superior José Antonio Echeverría, durante las primeras décadas del siglo XX ocurrió el boom del eclecticismo en la arquitectura habanera.
Inspirados en patrones europeos ajenos a las condiciones socioculturales y climáticas cubanas, muchas edificaciones fueron construidas con la tipología de castillo, sobre todo en edificios religiosos y estaciones de policía diseminados por varios municipios capitalinos.
Sobre los castillitos de Lawton, han versado algunas tesis de pre y postgrado de la Facultad de Arquitectura, desde la perspectiva del patrimonio industrial pues se insertan en un paisaje en algún momento signado por la relación entre el ferrocarril, la bahía, el matadero y varias instalaciones de producción de rones, afirma el arquitecto Orlando Inclán y añade:
“A ellas debe haber estado vinculado alguien, de procedencia o no, pero de referentes escandinavos, la evidencia está en la inclinación de sus techos, los enchapes en piedra, haciéndolas muy atrayentes dentro de lo que confirma como un contexto interesante, pero poco estudiado.”

El arquitecto califica a esta zona como muy interesante para encaminar proyectos de protección a partir de su patrimonio para luego hacerlo producir nuevamente; no ya tal vez en términos industriales pero sí con estas nuevas modalidades de producción de cultura y pensamiento y cuyo mejor ejemplo en La Habana sea quizás la Fábrica de Arte Cubano.
“Esta es La Habana que a partir de 1958 comenzó a expandirse hacia el Este, enmarcada entre los ríos Luyanó y Martín Pérez: ese sistema urbano asentado dentro de la cuenca de la bahía, está llamado a ser el punto de refundación de la ciudad.”
Mientras, en la calle Cerrada, entre 13 y 14, de la barriada de Lawton resoplan cansados los castillos, pero no se dejan caer. Sus habitantes los recorren y entre piedra y piedra anidan esperanzas de un futuro mejor para estos gigantes museables de la arquitectura habanera, huella del paso por ella de tanta gente diversa.
Sus sentimientos se resumen en las palabras de Tania Ojeda Trigueiro “Perder estas construcciones, tan atípicas y diferentes, sería una verdadera lástima”.

Por favor, salvenlas!!
¿Estas hermosuras de castillos estarán a la venta pero para preservarlas como monumentos históricos?
Evidentemente es una pena perder estos patrimonios nacionales,. Solo depende que el gobierno de Lowton se preocupe por sus patrimonio, Ya que los habitantes no tienen los recursos para la reparación.
Esos castillos yo los conozco. Viví en Lawton algunos años y pasaba por allí ya que es parte del recorrido de la ruta 23. Innumerable de veces pase por allí y siempre tenía que mirarlos por su belleza arquitectónica. Yo pienso que es una de las maravillas que tiene Lawton, es una extraña arquitectura fuera de contexto y mi mayor deseo es que esos tres Castillitos se restauren a como eran originalmente y no se pierda porque es una de las bellezas de ese rinconcito de Lawton mi barrio querido. Gracias
El castillo número 1 yo viví a unas cuadras de el y vivía un Inglés que lo tenía que era una belleza y en ese no se lavaba las botellas de Coca Cola era en el segundo castillo y en el tercero vivía un inválido con su familia y se podía bajar por un un trilló que estaba al lado para la línea de tren hoy yo tengo 84 años vivo en U.S.A pero nací en ese reparto y viví hasta el 1954 qué salí para los U S A pero me acuerdo de mi niñez.