Estas semanas y días pasados, cuando el transporte público puso a prueba los nervios, la paciencia y la piel más de lo habitual, afloraron viejos malestares y malos vicios.
Con las paradas repletas de hombres, mujeres, adolescentes y jóvenes, ansiosos de llegar a sus destinos, decenas de carros estatales circularon vacíos o con alguna que otra capacidad, ignorando —cual súper personas—, la necesidad del otro, de muchos.
En ese contexto próximo a la desesperación, no pocos, los menos jóvenes, recordaron los tiempos en que los “amarillos” —inspectores de transporte de ese color uniformados—, paraban a los vehículos estatales para ayudar a la población a desplazarse.

La Habana, en tal sentido, tiene la peor memoria del país en ese tema, pues hoy es posible verlos en varias ciudades: en la circunvalación de Camagüey camino al oriente o en el viaducto de Matanzas, por ejemplo. Con ellos, cientos de personas pueden trasladarse.
Existen algunas diferencias respecto a aquellos años nada especiales del período especial. Una de ellas es que ahora, aun cuando la baja disponibilidad de combustible contrae el transporte urbano y hasta procesos industriales; otros, con chapas que delatan que la gasolina no sale de su bolsillo, se parapetan tras las ventanillas cerradas por el aire acondicionado, o están muy ocupados con el móvil o con la musaraña del lado izquierdo, la cual les llama tan poderosamente la atención que no pueden separar la vista…
Eso apunta a otra de las diferencias. Sería errado pensar que entonces éramos más solidarios, tal vez porque, mayoritariamente, éramos más iguales. Hoy, ante el déficit de guaguas, aun en horario diurno —y como sostienen múltiples testimonios—, no pocos subieron el precio del viaje a 1 cuc, bajo la patente de corso de “oferta y demanda, lo tomas o lo dejas” … incluso, en algunas gacelas, y a la luz del día.
Las máximas autoridades del país llaman a la sensibilidad, a ser mejores cuadros y ciudadanos, pero eso surte efecto solo en quienes tienen corazón. Algunos lo canjearon por una alcancía o por la comodidad del puesto. Para otros, el sentido común no les es tal.
La gente recuerda estos días a los amarillos, que —independientemente de pros y contras—, fueron un paliativo. No habría que resucitarlos si quien dispone, o maneja un vehículo estatal, supiera o recordara la sensación que experimentan otros, quienes no son ni menos capaces ni malas personas, solo que nuevamente se ven en el lado de a pie de la cadena alimenticia.
Concuerdo totalmente con este escrito que alerta y pone en transparencia todas estas situaciones que referente al transporte y a los choferes estatales a los cuales están asignados vehículos que no tienen que entender, sino interiorizar que es diferente, que ellos son parte también de todos, que si son jefes, gerentes, directores tienen por encima de todos los demás la obligación moral y ética de ayudar a los que están necesitados.
Sí, creo que se hace necesario la presencia de "Los Amarillos", pues desgraciadamente son más los que no tienen conciencia que los que se apiadan de la situación que existe y trata de aliviarla. Los hay, incluso hay particulares que no tienen esa obligación y recogen a personas por el camino para ayudar, pero hay muchos con carros estatales que se niegan a llevar a alguien incluso haciéndose camino. Pienso que es hora de unión y no de desunión, luchar codo con codo como cubanos que somos.