Recuerdo aquellas reuniones durante las cuales se exigía y precisaba, al detalle, la situación de las familias afectadas por el tornado del pasado 27 de enero. Medito acerca del titánico esfuerzo realizado por las principales autoridades del Partido y el Gobierno de la provincia, con el apoyo de la máxima dirección del Estado cubano.

Evoco las mellas causadas por las extensas horas de labor, contra el necesario descanso y el sueño, en el rostro de los responsables en garantizar la distribución efectiva de recursos materiales y las visitas a cada familia marcada por la profunda huella de la errática línea que describió el destructivo tornado en varios municipios, en correspondencia con las indicaciones del Consejo de Defensa Provincial de La Habana.

En mi experiencia como profesional de la prensa, pude dar testimonio de la impactante solidaridad entre vecinos, de la actitud de directivos y colectivos laborales en organismos, instituciones y entidades para ofrecer el apoyo a sus convecinos del barrio y dejar, para más adelante, la solución de los problemas causados por el meteoro sobre industrias, almacenes y entidades fabriles que atravesó en su demoledor paso.

Resulta imposible, así dicho en este breve espacio, decir lo que vivimos, aunque pudiera sintetizarse en la respuesta del pueblo habanero en apoyo a la Constitución, la admiración, respeto de sus autoridades representativas, las visitas de trabajo –en el terreno– del presidente de la Asamblea Nacional, Esteban Lazo Hernández, de los ministros; y la confianza popular en la continuadora dirección del Estado que perpetua la presencia de Fidel, en nuestro Presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez.

Hace unos días, en el Grupo de Trabajo Provincial que se encarga de resolver los problemas generados por el evento climatológico, sentí dolor, profundo –casi humillante– y ajeno, ante la posición asumida por algunas personas que se rehúsan a aceptar una nueva vivienda (o les reconstruyan la afectada) e impiden, con su egoísta posición, la búsqueda sensata de una solución.

En estos casos debemos actuar con firmeza, porque de ningún modo, tales actitudes pueden navegar en río revuelto, mucho menos cuando el orden y la disciplina rigen en cada medida de reordenamiento y se nos convoca a formar parte de un todo.