Piedra sobre piedra, los nuevos constructores interpretan el significado de la fortaleza a la cual devuelven su antiguo rostro en un entorno diferente. Sin embargo, en cada hendija descubren lo impensado, aquello requerido de un estudio previo para entender el cómo hilvanar la caliza y devolver la imagen de sus antiguas torres donde la soldadesca vigilaba, desde la conveniente altura, la profundidad de la bahía y sus alrededores, protegiendo la entrada de piratas y corsarios a través de los afluentes que llevaban tierra adentro, más allá de intramuros.

Precisamente y después de casi un año de la ocupación de La Habana por los ingleses, los españoles comprendieron la vulnerabilidad de la ciudad como principal puerto de contacto entre las américas y la península; convertir este enclave en una plaza inexpugnable obligó a edificar tres nuevas fortalezas: La Cabaña –en la zona este del canal de la rada habanera– y dos nuevos castillos, entre ellos el de Santo Domingo de Atarés (en honor al entonces Gobernador de la Isla), en 1763 y concluido en 1767, bajo la dirección del ingeniero Silvestre Abarca y la intervención del ingeniero belga Agustín Crame; pero nunca llegó a entrar en combate.

Su forma de hexágono irregular, sin baluartes y coronado en sus vértices por garitas de igual figura geométrica, corresponde al diseño de estas edificaciones militares del siglo XVIII, en las cuales destaca una pequeña plaza de armas (en el centro) y seis bóvedas a prueba de bombardeos, en las cuales se previó alojar a los soldados, almacenar víveres, pertrechos, armería y servicios propios de este tipo de instalación.
En derredor del foso, los obreros, sobre las máquinas herramientas, despejaron la maleza que, como hiedra del olvido, escala a lo más alto, mientras la lluvia, el viento y el tiempo se encargaron de derruir las garitas de piedra caliza que ahora vuelven a ocupar el lugar prominente en las manos de los nuevos maestros. El oficio hace gigante al hombre cuando no olvida cómo sus manos hurgan, para encontrar la belleza, en la profundidad de la historia.
Estimado Dr. Eduardo Sagaro, realmente es necesario –como usted señala- reflejar en nuestro Tribuna de La Habana, algunas cuestiones que usted esboza como las consecuencias del 4 de septiembre de 1933, la llamada “Revolución” o golpe (militar) de los sargentos, mediante el cual son depuestos los jefes y oficiales del Ejército y toman el mando estos soldados bajo el mando de Fulgencio Batista, quien asume la dirección del movimiento, relegando al líder golpista Pablo Rodríguez al puesto de Jefe del Campamento de Columbia. Poco después, Batista será ascendido a coronel y nombrado oficialmente como Jefe del Estado Mayor del Ejército. El 8 de noviembre de 1933, el Castillo de Atarés, fue ocupado por elementos desafectos al gobierno provisional de Ramón Grau San Martín –en plena seudorepública- y bombardeado por mar y tierra por fuerzas del ejército y la entonces Marina de Guerra de Cuba. Durante la dictadura de Gerardo Machado, fue sede de la guardia presidencial. Entre las cuestiones similares de ese año (1933) está el llamado “Combate del Hotel Nacional de Cuba”, que fue consecuencia del enfrentamiento producido entre la oficialidad depuesta del Ejército Nacional de Cuba y los alistados y oficiales (sargentos) recién promovidos tras el golpe militar del 4 de septiembre de 1933, apoyados por unidades de la Marina de Guerra. El combate ocurrió cuando el Ejército trató de tomar por asalto el Hotel Nacional de Cuba donde se había encerrado la oficialidad depuesta. Durante el enfrentamiento hubo numerosas bajas por ambas partes. Finalmente, tras un fuerte cañoneo por mar y tierra los sitiados se rindieron y fueron detenidos y encarcelados. Gracias, una vez más, Dr. Eduardo Sagaro, por contribuir a hurgar más en la historia y no dejar de tener en cuenta sus razonamientos cuando realizamos trabajos periodísticos de este corte.