Por su mote pudiera pensarse se trata de una muchachita e incluso por sus gustos, entre los que sobresale Radio Progreso con su Programa Juventud 2000. Panchita cabe en la categoría de la más temprana edad a pesar de sus recién cumplidos 100 años.
Nacida el 22 de agosto de 1919 en el pueblo de Mochilera, en Honduras, Francisca Ulloa Romero viene de ese tronco patricio que con tanta devoción reverenciamos los cubanos. Nieta de Dominga Maceo Grajales, hermana de los Maceo, esta habanera de adopción dice que su mayor orgullo es su familia: “El gobierno nos trajo como repatriados y nos asentamos en Santiago de Cuba. Mi abuela una vez finalizada la guerra, y estando en Centro América, porque fue la única que quedó viva de los Maceo, empieza a hacer gestiones para regresar”.
Se le nota un estremeciendo en la piel cuando rememora esas vicisitudes de quien a pesar del dolor no se quebró: “ella había pedido un crédito de 100 pesos para construir casa en La Habana y nunca le daban, ni una cosa, ni la otra. Decide escribirle al Presidente de la República (Panchita no ha retenido su nombre) y este le respondió que esperara tiempos mejores, que el Tesoro estaba en crisis y que no había dinero. Le dijo a Dominga, que se sacrificara una vez más y que esperara. Eso fue tremenda afrenta, aunque al final logramos tener lo nuestro, en Serrá del Paseo 26, entre Zanja y Salud, Centro Habana. Allí me hice mujer y allí también murió mi abuela”.
En contraposición, los veteranos de la Guerra, con Loynaz del Castillo al frente y otras personalidades destacadas de la época, la distinguían, y le ponían un carro, todos los años, cada 7 de diciembre, para ir al Cacahual. “Dominga, mi madre y yo siempre hemos sido muy respetadas”.
Al mirar atrás, revive, por encima de todo, el silencio de su anciana abuela, que aunque recia era “muy sufrida, tenía un mutismo muy grande debido a los dolores y las perdidas familiares. Por un tiempo mi abuelo, su esposo, le escondía las cartas que llegaban de la Guerra de Cuba. Una tarde las descubrió, guardadas bajo el alero del portal y entonces supo de la muerte de cada uno de sus hermanos. Fue impactante y devastador”.
Con la brisa de la tarde en que la entrevistamos, Panchita pareció otear en el aire ese legado al que le debe su dignidad: “la bendición de mi vida, -dice con mucho aplomo, pero con entera convicción-, es haber nacido de la raíz de la Madre de la Patria. Yo me siento también una Mariana”, y lo demuestra su ininterrumpida trayectoria de trabajo, condición que, en su opinión, es el secreto de su longevidad, la que lleva derecha de cuerpo y entera de mente.
Asegura no tener imágenes de Honduras. En cambio, se siente habanera de adopción porque “vine para acá muy jovencita. Estudié taquigrafía y mecanografía, que era una buena elección para las muchachas de mi tiempo, empezando en el Ayuntamiento de la ciudad, en la Habana Vieja, pero ahí estaba mano sobre mano. Entonces, por la década de los cincuenta del pasado siglo, un día se me acerca Alberto Alonso quien necesitaba alguien para las gestiones de su Escuela de Ballet, cercana a la Heladería Coppelia. Y tanto me gustó, por la calidad humana de los Alonso, que ahí me quedé hasta la jubilación”.
Nunca conoció el aburrimiento. Cuenta que además de secretaria, cosía para la calle y lo hacía bien, lo cual le dio muchos clientes que se disputaban sus impecables guayaberas. Llegado a ese punto se sonríe y matiza sus memorias: “si usted supiera que en esas faenas la música ha sido mi gran aliada, mi pasión”. Sin embargo, tiene otra: le encanta el cine y, a pesar de que ya no sale, sí recuerda con pleno goce sus tardes en las salas de la capital, principalmente las de la calle Reina (Centro Habana), previo un acercamiento al Tencént (Mercado) de Galiano donde se atiborraba de chocolates porque dice que es muy golosa.
Sencilla e increíble es esta “muchachita” de 100 años a la que se le prenden los ojos de luz cuando habla de los Maceo y de su abuela Dominga, quien además de habanera, la hizo patriota.