Solo la voluntad política de un Estado comprometido con sus ciudadanos puede realizar el enorme esfuerzo de preservar para el bien de todos el patrimonio tangible e intangible de una ciudad como La Habana, que muestra el alcance de la Oficina del Historiador de la Ciudad, en función de una administración moderna, eficiente y sustentable de sus recursos arquitectónicos que permitan su armonía con las nuevas tendencias y tecnologías constructivas, mediante el uso de materiales y técnicas avanzadas de construcción, así como mostrar la capacidad de hacer avanzar proyectos que pudieron ser considerados un sueño. 

Foto: Oscar Camaraza

Quienes desandamos sus calles hace poco más de cuatro décadas, aún recordamos el visible deterioro de la parte colonial, las frases más comunes, entre nuestros paisanos, se atribuían a la destrucción progresiva del centro histórico que guarda parte de la génesis de la memoria de Cuba.

Debo citar al Doctor Eusebio Leal Spengler, Historiador de la Ciudad de La Habana, por su visión compartida con el Líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel, para entender (con esa precisión matemática e indagadora) lo que ocurrirá, siempre, veinte años después y más allá en el tiempo.

Resultaba difícil, casi una quimera, pensar lo que vemos hoy en el Centro Histórico de la capital. Fidel y Eusebio “conspiraron”, sí, no cabe otro término, como defensores de una estrategia urbanística que exigía del Estado cubano el aporte de un considerable y sostenido del necesario financiamiento y de confianza, en medio de la extrema situación económica de nuestro país bloqueado y asediado por los diferentes gobiernos de Estados Unidos con el reforzamiento de sus leyes extraterritoriales, en el propósito de impedir que Cuba siguiera adelante con sus planes de desarrollo. 

Foto: Oscar Camaraza

No se puede hacer referencia a la historia de La Habana sin tener en cuenta las profundas huellas que dejó la etapa clímax del período especial, a finales del pasado siglo, sin tener en cuenta otros factores objetivos y crudamente reales. Pero sobre todo para comprender cómo todo ese esfuerzo se tradujo en la continuidad de un renacer que ahora permite ofrecer el rostro hermoso de la ciudad rescatada, incluso más allá de las zonas que bordeaba las murallas que antes la protegían…, una tarea titánica y revolucionaria en sí misma.

La restauración del centro histórico avanza desde su epicentro y cada vez incorpora nuevas imágenes que nos alientan, sobre todo, cuando se llegue a edificios como el Palacio de las Ursulinas y se concluyan las labores actuales en la Terminal de ferrocarriles.

En este camino, se han forjado hombres y mujeres en el arte y el oficio de la reconstrucción (Escuelas Talleres a cargo de la Oficina del Historiador de la Ciudad), se ha potenciado inteligencia y consumidas muchas horas, incluidas las predeterminadas al sueño, para devolver la pintura original a los frescos pintados por artistas y artesanos en las paredes coloniales, el rescate de otros inmuebles de indiscutibles valor patrimonial y comunitario (en extramuros) como la Biblioteca Central de la Universidad de la Habana, en la búsqueda de soluciones a espacios de los cuales solo cuentan –los especialistas e historiadores- con fragmentos de fotografías marchitas o semidevoradas por los insectos y el tiempo, libros, reseñas, recortes de antiguos periódicos y retratos hablados que se pierden o contaminan por las travesuras de la memoria o de la mutación de las historias convertidas en leyenda, de boca en boca…, ese tesoro intangible que guardan los pueblos. 

No siempre azul

Caminar por la zona de los antiguos muelles de caballería, seguir por el extenso malecón hasta el castillo de La Chorrera, hacia el oeste, por el borde serpenteante del malecón habanero, posibilita observar los cambios en el saneamiento de las aguas de la bahía habanero, cuando observamos a los pájaros marinos –símbolos inequívocos de la vida acuática que regresa porque encuentra un entorno límpido- al ver estas aves lanzarse en busca de cardúmenes.

Lamentablemente, aún persiste –dentro de la rada- , la costra de años de indisciplina que dejaron sus lúgubres huellas por el engomado residual del petróleo vertido, que provocó el achique de los buques, con ese olor característico del aceite quemado, del combustible de los motores marinos y el vertimiento de aguas negras provenientes de las industrias que nacieron mal, en los alrededores del otrora principal puerto mercantil del país. 

Los habaneros confiamos en que los tiempos soplan con buenas nuevas y, en unos años, a partir del desarrollo del puerto de Mariel, deben acelerarse los trabajos para el saneamiento de la bahía, así como la puesta en marcha de la planta de purificación de los ríos que vierten sus aguas como el Martín Pérez, Luyanó y el arroyo Tadeo. Actualmente, se labora en la reconstrucción del puente sobre las vías férreas y el antiguo punto de peaje para la entrada a la Vía Blanca.