Llamarle accidentes resulta un eufemismo desproporcionado. Probado está que (casi) ninguno de los percances en la vía es tan casual como para que el azar cargue con toda la culpa. Detrás de cada uno está la imprudencia, los excesos o un insensato irrespeto por la vida ajena y la propia.

Es una historia que –lamentablemente- por repetida suena muy familiar. Sin embargo, como proclama un socorrido refrán: De Santa Bárbara la mayoría se acuerda únicamente cuando caen los truenos. Y también, por lo general, choferes y peatones solemos tomar conciencia de la conveniencia de actuar con prudencia cuando andar fuera de casa se trate, si el dolor nos sacude porque la tragedia nos toca directamente a la puerta, o nos estremece o indigna el drama ajeno, por lo absurdo del hecho mismo o sus secuelas.

El transgresor de una disposición vial puede convertirse en el causante de una tragedia, que muchas veces trae aparejada muerte o incapacidad transitoria o permanente, de uno mismo o terceros, quienes, tal vez, ninguna responsabilidad tuvieron en la tragedia. Aun así, algunos conductores suelen calificar de excesivo el control y la exigencia demostrado por los agentes encargados del orden vial, y se quejan del mal estado de las carreteras.

Sin embargo, según informe de la Comisión Nacional de Tránsito los fatales desenlaces son provocados en lo fundamental por “irrespeto al derecho de vía de otros conductores, no atender debidamente el control del vehículo y exceso de velocidad”.

Y, por otro lado, de enero a abril, la accidentalidad en la Isla reportó un ligero incremento comparado con igual etapa precedente, de manera que cada 24 horas dos personas pierden la vida y otras 21 resultan lesionadas. La Habana aparece entre las provincias con mayor incidencia en la ocurrencia y también en el número de víctimas fatales, lo cual, de conjunto, demuestra que si algo distinto tienen que hacer las autoridades de tránsito es apretar las clavijas.

A grandes problemas grandes soluciones. Tal vez parezca exagerado, pero creo que ya es hora de dar el peso que corresponde a las infracciones de alta peligrosidad y establecer límites, que para sus transgresores implique no poder sentarse jamás detrás de un timón. Y asimismo, de paso, habrá que ir pensando cómo ser menos tolerantes con los peatones.
Guía Accidentes19