Por estos días en los correos comienza una llovizna intermitente de mensajes electrónicos y sonríes al descubrir aquellas postales donde la caligrafía es aun imprecisa porque sabes del valor de esas palabras y el corazón que dibuja sus letras. Cuando se dice por primera vez tu nombre, MAMÁ, cada sílaba adquiere un nuevo sentido; como las canciones que te describen en imágenes de amor conocidas.

Dedico estas líneas a quienes no ocultan sus desvelos para guiar a los hijos y abrir el camino de la esperanza, mientras contemplo mi propia vida corriendo afuera, bajo la lluvia de una primavera, entre las mariposas y las abejas mientras yacía tendido, panza arriba sobre la hierba. Imágenes que también fueron tuyas como las nubes que dibujaban los sueños de la infancia y esbozan cada proyecto futuro.

Por estos días evoco una carta escrita por José Martí a Maceo. En la misiva expone al saber de la muerte de la madre del Titán de Bronce: “(…) Yo no trabajo por mi fama, puesto que toda la del mundo cabe en un grano de maíz, ni por bien alguno de esta vida triste, que no tiene ya para mi satisfacción mayor que el salir de ella: trabajo para poner en vías de felicidad a los hombres que hoy viven sin ella. Y de su gran pena de ahora ¿no ve que no le he querido hablar? Su madre ha muerto. En Patria digo lo que me sacó del corazón la noticia de su muerte: lo escribí en el ferrocarril, viniendo de agenciar el modo de que le demos algún día libre sepultura, ya que no pudo morir en su tierra libre: ese, ese oficio continuo por la idea que ella amó, es el mejor homenaje a su memoria. Vi a la anciana dos veces, y me acarició y miró como a hijo, y la recordaré con amor toda mi vida”.*

* (T.2 –Págs.458-460).