Soy una persona de fe, gracias al carácter de la Revolución, proclamado por Fidel el 16 de abril de 1961. Arropada en la certidumbre que solo dan las buenas obras me levanto y también me acuesto. Estoy absolutamente convencida de que “el socialismo es y será la esperanza, la única esperanza, el único camino de los pueblos; el socialismo es la única alternativa. Y hoy, cuando lo quieren cuestionar los enemigos, debemos defenderlo nosotros más que nunca”.

Así lo recalcaría el Comandante en Jefe años después de aquel multitudinario acto de las milicias, que en la esquina de 23 y 12 en el Vedado capitalino, marcaría el mágico rumbo de esta nación hacia lo predeciblemente desconocido. El entusiasmo de masas antecedía la batalla de Playa Girón, cuya victoria se volcó hacia un proyecto inédito en esta parte del mundo.

De allá a acá nuestro sistema social ha debido luchar cual gladiador contra las innumerables bestias del circo yanqui, obsesionado con impedir tanto la plenitud de la alegría infantil -que en otras guerras más letales califica de daños colaterales- como del desarrollo de un pueblo que sigue siendo humilde no ya de carencias materiales sino de solidaridad, virtud esencial que permite partir el mendrugo de pan con los más necesitados, y tan felices como siempre.

Estela de fraternidad tejida desde los llanos insurreccionales y las montañas rebeldes, que un domingo de abril, hace 58 años atrás, se hizo cuerpo en transformaciones concretas para mejorar la vida de todos. Algunos dirán que falta mucho, que las carencias llueven. Igual no me rindo y por eso convido al canto desde este otro abril: ¡Cuba va! No es consigna, es fe y optimismo.