Basta cruzar dos palabras con Lázara Collazo para darse cuenta que por sus venas, más que sangre, corre un torrente de acero. Y no podía ser de otra forma tras medio siglo de trabajo ininterrumpido en la Empresa Siderúrgica José Martí (popularmente conocida como Antillana de Acero).
Sin embargo, tantos años de lidiar con el metal no le ha borrado el carácter afable a esta mujer, a quien conocí en su amada “Antillana”, en un trabajo voluntario por el Día del Trabajador Metalúrgico. Apenas presentarnos, Collazo, (quien es la secretaria sindical de la UEB de Aseguramiento Electromecánico, labor que lleva años realizando) se muestra dispuesta a contestar cuántas preguntas le haga.
De esa forma supimos que taller de maquinado está entre los objetos de obra de esa entidad habanera pendientes a entrar en el proceso inversionista que, con participación rusa, se lleva a cabo en esa empresa.
El día de nuestra visita fue el domingo 24 de marzo, Día del Trabajador Metalúrgico, y los obreros de ese taller, de conjunto con otros miembros del Grupo Empresarial de la Industria Sidero-Mecánica (GESIME), acometían acciones de limpieza y pintura.
En ese local se hacen piezas para el mantenimiento de la empresa, y ella tiene el cargo de Técnica de producción, lo cual implica una alta responsabilidad. Mas, aun cuando siempre ha estado en ese mismo taller, no siempre ocupó esa misma plaza. Los primeros pasos de Lázara fueron como operaria, y con el paso del tiempo fue superándose hasta convertirse en técnica de producción y ser, como expresa “quien lleva todo el control de la producción aquí”. Ahora, nuevamente se ve precisada a superarse, toda vez que la nueva tecnología que va e instalarse en “Antillana” así lo exige.

Poco a poco nos internamos en un mundo lleno de máquinas hechas para piezas cuyas dimensiones sobrepasan, en mucho, las que estamos acostumbrados a ver. Cada uno de esos equipos, y quienes las operan, han contribuido a mantener funcionando la empresa. De la mano de Collazo, vemos los equipos que van a ser cambiados y aquellos a los cuales ya se les ha hecho alguna mejora que aumenta la calidad de sus prestaciones.
Lázara saluda a Leandro Manuel Herrera, un joven ingeniero mecánico quien, desde hace unos nueve meses, es el director de la UEB. Aun cuando está enfrascado en que cada cosa se haga como se debe, logramos se detenga unos breves minutos para explicarnos algunas interioridades de su trabajo.
Él nos comenta que se graduó hace nueve años, y en un principio empezó por acería y “he pasado prácticamente por toda la Antillana. Desde que entré dije que me iba a quedar y me voy a quedar. Ya he pasado varios cursos, entre los que se encuentra uno de joven gestor y otro de dirección”.

Casi sin uno darse cuenta, llegamos al taller de pailería y soldadura, lugar destinado a la fabricación de estructuras de enfriamiento por agua. Allí la labor se centra ese domingo, principalmente, en la organización de las áreas de trabajo. Lázara conoce a todos, y todos le conocen a ella, incluso el más joven de la tropa, Adrián García, de tan solo 19 años y apenas unos seis meses de trabajo en la empresa, quien asegura le gusta lo que hace y no piensa irse nunca.
Después de ese intercambio nos despedimos de nuestra amable guía. Ella queda envuelta en la vorágine del trabajo y en la mente su rostro se me muestra como el de una mujer de acero con alma de flor.