Parecieran “reposar” parqueados en el polígono. Son un par de imponentes vehículos de combate, y de pie a su alrededor, jóvenes soldados que conforman sus respectivas dotaciones escuchan las explicaciones de los oficiales instructores. Nada inusual por estos días, luego de que iniciara, en febrero, la nueva etapa de Preparación para la Defensa, en el Ejército Occidental, y el  entrenamiento del personal, pasará a formar parte de la rutina diaria de las unidades, incluida esta -perteneciente a la Defensa Antiáerea-, una de las encargadas de preservar la tranquilidad en los cielos de la capital. 

Los muchachos permanecen atentos a las explicaciones. Por momentos preguntan o hacen comentarios, serios, unas veces; jocosos, otras, mientras los especialistas puntualizan, insisten sobre los aspectos de mayor importancia, sorprenden con una pregunta, ríen también en ocasiones, y  cuando es necesario llaman a comportamiento…

Repentinamente la alarma de combate interrumpe la normalidad…

Los jefes imparten órdenes claras, precisas, y sin titubeos:

“Describan sus deberes funcionales. Prepárense para el combate. Ocupen sus puestos…”

Tras ocupar, los medios parten a ocupar posiciones en el terreno, con la certeza, luego de un rápido alistamiento, de que todo está en orden. Empiezan a girar los radares...

Es todo lo que puede apreciarse, en el lugar de simple observador, desde afuera. Dentro de los medios reina la tensión y el ajetreo. Transcurren unos segundos y se establece comunicación con el mando… 

Apenas el objetivo enemigo se deja ver en la zona de responsabilidad de los medios de fuego, la respuesta a la orden de batir blancos no se hace esperar, y los cohetes surcan el cielo, con escasos segundos de diferencia… Pareciera que llevan demasiada prisa… 

A juzgar por la pericia de las dotaciones, no dudo que cualquiera que haya sido el medio enemigo violador del espacio aéreo terminara hecho pedazo, tras ser impactado.

Pero solo se trata de la práctica de lo aprendido en clase, “un trabajo combativo”, al decir del teniente coronel Liester Pérez Chaviano, jefe de unos de los grupos coheteriles que actúan.

“El soldado valida en el terreno los conocimientos que adquirió en el aula. Esta vez tocó ejercitar una emboscada integral al adversario aéreo que intenta penetrar en el radio de acción de los medios que operan, diferente una de otra, en este caso, pero ambas con mucha maniobrabilidad, potencia y precisión.

 “También tienen capacidad para moverse y combatir tanto en las ciudades como la serranía, y batir blancos a baja y muy baja altura. Son medios para la instrucción y también el combate”.

Pérez Chaviano insiste y exige a sus “muchachos” que presten atención. “Lo que bien se aprende no se olvida. A quienes opten por vestir el verdeolivo profesionalmente, lo hoy asimilado como soldados, muy útil les resultará de camino a convertirse en oficiales y cuando ya lo sean. Los que decidan volver a la vida civil dejarán de vestir el uniforme, pero no significa renunciar a la defensa del suelo patrio. Y para ello, estar bien preparados es el primer paso y la mejor de las formas”. 

EL PRINCIPIO

La práctica es el complemento ideal de la teoría. Los soldados de esta unidad llegan a ella luego de haber pasado, por las aulas, primero -en este caso muy confortables-, y luego por los simuladores, cómodos también, y asimismo equipados con técnicas muy avanzadas.

Foto: Roly Montalván

De visita en el imitador virtual para el tiro coheteril antiáereo portátil, el teniente coronel Jorge Alarcón Alarcón, jefe de un grupo de la especialidad, explica: “La instalación nos ofrece la posibilidad de  desarrollar hábitos y habilidades, sin sustos ni grandes esfuerzos. Ejercitamos todo, incluso el mando, y al mismo tiempo fortalecemos la cohesión,… prácticamente  bajo las mismas condiciones que te impone la propia existencia e incluso el combate”.

En efecto, impresiona y satisface trasponer el umbral y ver a los jóvenes batir blancos con la imponente arma en forma de tubo al hombro, ya sea avión o helicóptero, lo mismo en un cielo radiante que estrellado, ora por sorpresa ora en persecución. 

En una rápida indagación de preferencias, el simulador gana los votos mayores. Ir a los polígonos resulta imprescindible y no se desdeña, pero los muchachos asumen las prácticas virtuales como un juego de computadora, con el beneficio añadido del aire acondicionado.

Los oficiales, en cambio, saben que prácticamente anula los riesgos, representa ahorro, permite entrenar sobre blancos en movimiento, no entraña daños al entorno, incrementa la motivación de los alumnos, multiplica la intensidad de la preparación, garantiza la individualización… “Ventaja casi al ciento por ciento”, acota Alarcón.

UNA TAREA QUE SE LAS TRAE

Pudiera parecer un rejuego de palabras, pero clasifica como verdad de Perogrullo, muy ilustrativa: no es lo mismo planchar que ser planchetista.

“Una responsabilidad tamaña que demanda paciencia, pericia, conocimientos y habilidades. Tienes que dominar a la perfección la escritura al revés y al derecho, y también la técnica que te permita seguir la trayectoria de los aviones, saber reflejarlo en una pared de cristal acrílico, para después actuar rápido, con precisión y sin equivocaciones, cuando se trate objetivo enemigo”.

Foto: Roly Montalván

Eso asegura Rolando Girón Marrero, jefe del Puesto de Mando, de la gran unidad de marras, y mientras habla, mira a través de la plancheta y por encima del hombro a las jovencitas, quienes en virtud de su incorporación al Servicio Militar Voluntario Femenino, ahora les toca defender una importante porción del cielo patrio, regla y lápiz cristalográfico, en mano.

“Fácil no es, pero asimismo tiene sabores y recompensas. Reconforta saber que toca defender a tus compatriotas desde una alta responsabilidad, que no admite errores, por tu propia y libre elección, y que después, en mi caso, tendré la oportunidad de estudiar  la carrera universitaria de mi preferencia”, me confesó, con evidente satisfacción, una de las planchetistas.

TODO UN SISTEMA

Contemplar el enorme proyectil con forma de cohete contrae los músculos, aun en su reposo imponente sobre la también descomunal rampa de lanzamiento autopropulsada. Es otra gran unidad, parte del sistema de defensa antiáerea de la capital. Acá también trascurren jornadas de clases, entrenamiento y preparación. No hay nada más importante.

Son armas destinadas a batir blancos a distancias y altura considerables y de igual modo objetivos y tropas navales y terrestres, con alto nivel de precisión.

De conjunto con sus homólogas, dislocadas en diferentes puntos del territorio, conforman un avispero que cubre y defiende el firmamento sobre la ciudad, en círculos concéntricos, que abarcan un amplio espectro en distancia y altura.