Cualquier día es propicio para brindar amor, pero en muchas regiones del mundo existe la hermosa tradición de celebrar, cada 14 de febrero, el Día de San Valentín con disímiles formas de manifestación de afecto.

Existen muchas especulaciones con respecto al origen de esta festividad. En un inicio era una costumbre occidental que se remonta a la Europa germana y al actual Reino Unido. Luego pasó a Estados Unidos y más tarde a gran parte del mundo. En la actualidad se ha extendido a China, Japón y Taiwán.

En algunos países es conocido como Día de los Enamorados y en otros como Día del amor y la Amistad. El nombre no importa, lo que vale es que es un día añorado por todos, en el que los enamorados o amigos dan muestra de su amor, ya sea con intercambio de regalos o tarjetas postales.

Las primeras tarjetas postales masivas fueron vendidas por Esther A. Howland en 1840, con símbolos en forma de corazón o de Cupido. Luego esta costumbre se generalizó y también es común que este día se regalen rosas de diferentes colores, en dependencia del mensaje que se quiera expresar. La rosa roja simboliza el amor, la blanca la paz y la amarilla la amistad.

Conozco una historia de alguien mucho más osado, que logró reconquistar el amor de su mujer al escribirle una carta de amor. Se la pongo a su consideración, quizás al leerla le parezca cursi o es posible que consiga pronunciar aquellas palabras que no dijo en el momento preciso. No deje pasar este 14 de febrero, aún está a tiempo de decirle a esa persona cuanto la ama.

Carta a una mujer única:

No voy a hablar de tu belleza física, el espejo lo diría mejor que yo; quiero hablar de tu ser, de cada cosa que de ti conozco. Sé lo que significa cada una de tus expresiones, algunas no quisiera volver a verlas, otras no me cansaría de disfrutarlas.
Tu sonrisa, mezcla de la más inocente y fresca risa de niña y a la vez con una carga de erotismo, que solo su visión puede describirla. La maravilla de tu rostro ante algo que disfrutas con increíble candidez, puede ser algo tan sencillo como un dulce, o una vista de atardecer.
Tu enojo con algo trivial, pero que no soportas, me hace nacer el deseo de confortarte y protegerte; a pesar de saber que tienes una fortaleza a prueba de los más rudos embates de la vida, los grandes de verdad, que te ha permitido llegar a tu edad sin perder la expresión de una adolescente.
Tu clara comprensión de la vida, que tratas de enseñarme y que me ha costado tanto aprender. Tu forma de amar, que no me has permitido conocer por completo, pero que no cejo en descubrir. Sé que eres algo claro que irradia felicidad a tu alrededor, que hace que quien te conozca no te pueda olvidar. Tu presencia alegra, tu ausencia hace sentir el deseo de no perder un segundo para volver a tu lado.
Maravillas a tu paso a cada hombre que te ve, no con la vulgar apreciación de un cuerpo, sino con la maravilla de tu mente y de ese lugar en tu pecho llamado corazón, que cualquier esfuerzo para conquistarlo, siempre será pequeño comparado con la recompensa.
Conozco tu forma de aceptar y disfrutar lo que la vida disponga, de sacarle el mayor disfrute a cada momento de tu existencia. Sé que conoces perfectamente ese maravilloso idioma llamado amor y quiero aprenderlo a tu lado, para conversar de tantas cosas que han pasado en nuestras vidas, las buenas, las malas, las intrascendentes, las asombrosas o aquellas que creemos olvidadas.
Si me preguntaras por qué estoy tan seguro de conocer estas cosas y muchas más, que solo puedo confiar a tus oídos sin otra mediación, te daría una respuesta muy simple: El tiempo pasado a tu lado no ha disminuido mi admiración y gusto por tu persona ni el deseo de hacerte feliz; que es hacerme feliz a mí mismo.