A Manuel Sobrino, Alba Rosa Lara, Nayda González y Andrés Caballero, como a muchos otros, la genética les jugó una mala pasada. Sin embargo, pese a sus diversas discapacidades, han logrado recomponer sus historias y tejer parte de su vida en los talleres especiales donde trabajan.

Los dedos de Sobrino, que son también sus ojos, han adquirido destreza en más de 25 años de labor en el Taller del Cerro, mientras, en Playa, a Norma le llegó ya la edad de jubilarse. En tanto, Coralia, Arelis, Yoel, Robertico, Eliseidy y Margarita, encuentran en su trabajo una segunda familia.

“Son 15 los talleres que tiene en la ciudad la Empresa Provincial de Industrias Locales Geila, para darles Empleo a personas con discapacidad física-motora, auditiva, visual o mental”, explica Enrique Segura, administrador del Taller 601, del municipio de Playa.

Foto: Raquel Sierra

OBRA DE AMOR

El 601, con dos locales, emplea a 37 personas. “Las labores se distribuyen de acuerdo con las posibilidades de cada uno, para que todos aporten al proceso productivo”, dice Segura, al frente de la unidad por 12 años, pero muchos más vinculado a este universo.

Como es común en la humanidad, no todos funcionan igual. En el trato, comenta, se aprende a diferenciar sus capacidades y características y cuando aprenden una actividad, pueden ser muy productivos. “Les digo muchachos de forma cariñosa, pero tienen desde 18 años hasta la edad del retiro.

“En ocasiones, no tienen quien los cuide, pero aquí se sienten en familia, se compenetran y crean una afinidad. Cuando los atiendes y los quieres, nos abrazan como a familiares cercanos. Si tienen problemas en la casa o en el barrio, vamos y nos ocupamos”, dice.

CARIÑO Y EMPLEO

Para Segura, los talleres especiales son una obra de amor y cumplen no solo una función social, sino también económica.

“Nosotros hemos ido variando desde los sobres de pago y files, confeccionados en casi todos los talleres, hasta incursionar hace unos tres años, en industrias que necesitan envases: cajas pequeñas para helado demandadas por entidades como el Parque Lenin y Recreatur, entre otros”, apunta.

Los formatos son diversos. “Existen personas cuya discapacidad les impide hacer las cajas grandes, pues carecen de la llamada sintonía fina. Entonces, se mantienen haciendo sobres de pago y files. El resto, conforma las cajas, por pedidos”, destaca Segura.

La ganancia es doble: “con los envases, solucionamos el problema de esas industrias y nosotros, tenemos trabajo para el colectivo”.
Hay otros clientes, por ejemplo, el Hospital Calixto García adquiere files y hojas pequeñas, demandadas para métodos y turnos.
La materia prima se adquiere en varios lugares, tanto en empresas que abastecen a la industria gráfica, como la recortería generada por grandes productoras. Sin embargo, garantizar los insumos para producir debe mantenerse como una alerta roja, para evitar que los trabajadores queden interruptos.
La remuneración básica en los talleres es de 255 pesos, que puede ser algo más si sobrecumplen los planes de producción y se cumplen las ventas a nivel de empresa, explica Castillo. El incremento de los salarios es uno de los reclamos de algunos de estos trabajadores, así como una garantía de trabajo todos los meses.
Años atrás, los talleres producían mercancías que iban a parar al almacén. Ahora, los nuevos tiempos dictan confeccionar solo lo demandado por los clientes. “Ya aquel tiempo de producir por producir se acabó. Tienes que tener tus clientes y de su demanda, montas tu plan de producción”, dijo Segura.

PRODUCCIONES MIXTAS

En la calle Carmen, en el Cerro, el Taller 604 donde trabajan Sobrino y su esposa Margarita, ambos invidentes, es mixto. Además de producciones de cartón y papel, desde 2017 confeccionan también sábanas, fundas y, de los retazos, piezas menores –con precios de venta superiores a los relacionados con la papelería– con destino a los Mercados Artesanales Industriales (MAI).

De acuerdo con Virginia Castillo, su administradora, laboran allí 22 personas, en dos brigadas. “Les exijo puntualidad, respeto del horario y seriedad en el trabajo. Claro, con flexibilidades: algunos no pueden andar bajo la lluvia ni venir apurados; otros, deben frecuentar el médico.

“Hay quienes nunca faltan y esos tienen un tratamiento especial. Pero si se requiere un esfuerzo adicional, ellos responden, incluso, para arreglos en el taller”, asegura.
Una de las peculiaridades del 604 es el apadrinamiento por una brigada de solidaridad de trabajadores españoles, que cada año los visita. La reparación del inmueble, por su parte, correrá a cargo de Geila, dentro de su programa por el medio milenio de La Habana.

Foto: Raquel Sierra

CON UN POCO DE AMOR, SOBREVIVO

El día a día con estas personas cambia a quienes las rodean. Según Adis González, jefa de brigada del Taller 601, son “sensacionales, soy mamá de una niña pequeña, pero tras cuatro años ellos forman parte de mi vida, son lo mejor que me ha pasado.

“Soy muy entusiasta y esto les transmito, quiero que formen parte de mi alegría, pues mi objetivo aquí es hacerlos sentir bien. Trabajar con ellos te engrandece y te hace mejor persona”, opina.

“Me encanta el trabajo con estas personas, independientemente, son sinceros, fieles, nobles y muy cariñosos. Yo les entrego lo que necesitan y ellos, a mí”.

Justo por esas razones es preciso garantizar los insumos en los talleres especiales debe mantenerse como una alerta roja, para evitar que estos trabajadores queden interruptos.

A sabiendas de que algunos viven en entornos complicados, familias disfuncionales o solos, quienes están al frente de los talleres buscan vías para alegrarles sus días: celebran cumpleaños colectivos donde cada uno aporta cuanto puede y les organizan opciones recreativas en círculos sociales y excursiones.

En caso de enfermedad, se está al tanto de la recuperación. Alba Rosa Lara llegó al taller del municipio de Playa a los 17 años y ahora tiene 28, y dice: “estar aquí nos gusta, nos sentimos como en familia”, mientras Andresito, que comenzó en 2001, argumenta por qué no piensa jubilarse nunca: “es donde me tratan bien”.