Debido al desarrollo de los programas de salud, la esperanza de vida ha aumentado de manera significativa en los últimos tiempos, lo que conlleva a un incremento de la población madura y longeva. Por ello, es política del estado cubano intentar garantizar las condiciones adecuadas para afrontar esta realidad. Entre ellas, se encuentra la creación de nuevas casas de abuelos según las necesidades de cada territorio.
Con este objetivo fue fundada, el 30 de marzo de 2015, la Casa de Abuelos Vilma Espín, situada en 5ta B y 42, Miramar, en el municipio de Playa, la cual constituye un ejemplo palpable de la importancia de brindar una buena atención a las personas de la tercera edad.
Características de la institución

Su objeto social es la rehabilitación a través de una atención integral diurna, de 7:30 a.m. a 5:30 p.m., de los adultos mayores sin amparo familiar, o carentes de familiares que puedan atenderlos durante el día. Cuentan con un administrador, una enfermera y una trabajadora social, aparte del personal de apoyo y la colaboración intersectorial, imprescindible para su buen funcionamiento.
Sobre sus particularidades expone su administrador, Juan Sánchez Vidal: “Cuenta con una capacidad para 50 personas, pero en este momento tenemos 45, con edades entre 68 y 92 años. Las que faltan por cubrir están en proceso. Aquí tienen la posibilidad de hacer una vida normal con la atención requerida, participan en bailables, juegan dominó, parchís, bingo, realizan manualidades, hacen ejercicios y practican yoga. Además, reciben una atención periódica de un geriatra, podólogo y psicólogo. Se les garantiza desayuno, almuerzo, comida, y dos meriendas, con una dieta balanceada, que tiene en cuenta si presenta algún padecimiento como diabetes o hipertensión”.
La Licenciada en Enfermería Mónica Wong Suárez explica el procedimiento para integrarse a un centro de este tipo: “Deben asistir al médico de la familia, quien valora al adulto mayor y su situación familiar. También es analizado de manera integral por el geriatra y el trabajador social del área de salud. Si cumple con todas las condiciones, principalmente que mantengan las capacidades funcionales básicas, se lleva a la Dirección Municipal de Salud, quienes dan la aprobación y allí se realizan los trámites. El familiar debe entregar una carta en la que explique la necesidad de permanecer durante el día en una casa de abuelos y el compromiso del pago de 180 pesos mensuales”.
De la misma manera atienden a adultos mayores con discapacidad mental: “En estos momentos tenemos seis ancianos con discapacidad mental que tienen una asistente, pero también deben valerse por sí mismo, comer solos, ir al baño, cumplir con las actividades que se les orientan y participar en las terapias”, especifica.
Un disparo al corazón
Resulta imposible no percibir la buena vibra de este lugar, donde la vida cambia para bien, pues se sienten como si estuvieran en su propia casa o aún mejor, porque ya no están solos. Los más osados se acercan para manifestar lo felices que son por tener la oportunidad de vivir esta maravillosa experiencia.
Al dialogar con José Ramón Gálvez Morejón, actual presidente del Consejo de abuelos, reafirmamos una vez más la importancia de mantener una vida social activa: “Me siento mejor que en mi casa porque estaba solo y aquí tengo una gran familia. Soy ingeniero eléctrico y trabajé hasta los 67 años, luego me jubilé. Al surgir esta casa, hice los trámites y me aprobaron, entré pocos días después de su fundación. He aprendido a relacionarme pues no me gustaba hablar. Ahora ayudo a preparar el matutino, las efemérides, las noticias del día y hago la peña deportiva, pues me gusta mucho el deporte, sobre todo la pelota, con mi equipo Villa Clara, porque aunque vivo en La Habana desde la primaria, llevo mi provincia en el corazón.”
La historia de María Rosa Anglada Barquín es diferente, pues es una española radicada en Cuba desde hace más de 50 años: “Mi padre era un español comunista, y cuando triunfa la Revolución cubana dijo que había que venir a ayudar, y desde entonces vivo aquí muy contenta. Vengo a esta casa desde hace un año, es un lugar muy agradable, donde hacemos ejercicios, conversamos mucho, y nos llevamos muy bien”.
Amelia Marchán Molina, de 69 años, se incorporó hace un año y medio: “Vivía sola y ahora creo que he rejuvenecido porque canto, bailo, hago ejercicios, juegos de mesa. Formo parte del Consejo de abuelos. Me siento muy bien”. También conversamos con José Rafael Oliva, quien es un hombre de pocas palabras, pero cuenta que le gusta jugar dominó y al parchís”.
A sus 81 años, una de las actividades que más disfruta Hilda María García Menéndez es bailar: “Aunque vivía acompañada me sentía sola, por lo que un día vine por mis propios medios para averiguar qué debía hacer para entrar. Esta casita es como una escuela, es una de las cosas más lindas que ha creado la revolución. Me siento muy feliz y cuando hay actividad estoy más contenta todavía. Hay que estar aquí para ver la buena atención que recibimos y lo felices que somos, se lo digo así, con mi mano en el corazón”.
Antes de terminar la visita, los abuelos nos despidieron con una simpática poesía, que es una lección de vida para todos. He aquí un fragmento:
…Aunque tengo varias cosas:
un tobillo se me inflama, a veces cojo la cama porque me duele un riñón,
me fatiga el corazón, tengo dolor en los huesos, y a pesar de todo eso:
¡Me siento como un cañón!
Y dice mi amiga Teresa:
todos tenemos problemas, aunque crean lo contrario.
A mí a veces los horarios, me ponen en un dilema.
Cuando tengo alguna pena, siento una gran opresión,
que nace del corazón y me llega hasta los sesos, y a pesar de todo eso:
¡Me siento como un cañón!
Y mi otra amiga Caridad me dice:
yo creo que estoy entera y lo voy a demostrar.
Aunque a veces al andar me molesta una cadera,
para caminar afuera, necesitaría un bastón,
evitando un resbalón y en la calle algún tropiezo, y a pesar de todo eso:
¡Me siento como un cañón!
Tengo en mi brazo bursitis, dolor en una costilla,
y me falla una rodilla porque padezco de artritis.
En una pierna flebitis, en el cuerpo picazón,
Y se me encoge un tendón, que el cuello me pone tieso y a pesar de todo eso:
¡Me siento como un cañón!
Cuenta he podido darme, de que mi rostro está viejo,
y al pasar frente a un espejo, trato de retocarme.
Mi cara es un acordeón, mi cuerpo es una armazón,
pero lucho por vivir y les quiero repetir, que a pesar de todo eso:
¡Me siento como un cañón!
Que no puede tirar cien, pero si tira uno solo:
Va directo al corazón.