La joven lectora Kamila Betancourt Rivero nos escribe desesperada, debido a las condiciones críticas en que se encuentra la ciudadela donde reside, ubicada en Santa María No. 55, en el municipio de Plaza de la Revolución, donde convergen el agua limpia y los albañales.

Tal situación supera los dos meses, por rotura de las tuberías del líquido potable, que ella explica no se ve porque están ubicadas debajo de los pisos de las cuatro viviendas. Lo que sufren es el resultado, pues el agua filtra por tragantes y pisos. Por ello, para salir de las casas “debemos hacerlo descalzos o con botas”.

Kamila recurre a nuestra sección porque no atisban una solución cercana al problema, conocido por “todas las autoridades del municipio, por supuesto, el delegado, la dirección de la vivienda y el personal de Aguas de La Habana, de saneamiento y de aguas negras. La respuesta es que debemos esperar, que ya vendrán porque se trata de un proceso”. Sin embargo, ella afirma que la situación “puede agravarse y en cualquier momento nos caen las viviendas encima porque los cimientos permanecen anegados”.

Además del hecho principal que motiva la carta de la joven madre, nos llama la atención, entre otros datos aportados, que esas inundaciones son cíclicas y ya las padecían en la ciudadela cuando su mamá era pequeña. Entonces el problema supera los 40 años.

Y hemos dejado para el final otro elemento no menos importante. La lectora afirma que “no ha venido nadie, ni tan siquiera a ver”.

Reflexionamos entonces. ¿Dónde queda el deber ser de las entidades públicas? Si a la falta de recursos, de un proceso inversionista incompleto —los salideros no son de ahora y en esta capital, durante años, hubo planes de rehabilitación de ciudadelas—; se añade que a quienes compete atender y resolver, ni siquiera se acercan para valorar la magnitud del caso y explicar a personas desesperadas qué ocurre y qué se hará en función de acabar con los vertimientos y salideros.