Detrás de la ventanilla, el rostro de la persona que escucha expresa parte de la agonía que transpira, en medio de la incertidumbre contenida en la respuesta de quien le atiende en el pequeño banco, ubicado en la calle 180 (ancha), perteneciente a la sucursal 278 del Banco Metropolitano, en Alamar.

Una llamada telefónica que precedió a otras, cada vez más reiterativas; de lectores de Tribuna de La Habana, residentes en este lugar de La Habana del Este, nos llevó a comprobar que muchos de quienes acuden a esta sucurSal son personas de la llamada tercera edad que no tienen la posibilidad de atravesar grandes espacios urbanos debido a problemas lógicos de la salud que impide caminar bajo el inclemente sol de este verano y la imposibilidad de utilizar un medio de transporte público por las razones más que conocidas.

Debemos tener en cuenta la configuración de ese reparto que, en el programa de diseño (según argumentan algunos de los residentes de más data) estaba previsto una red de medios de transporte local para garantizar el traslado de sus habitantes a los centros destinados a prestar servicios. La condición de sucursal debe tener en cuenta las necesidades de sus clientes e, incluso, hasta las características de aquellos que integran un grupo etario alejado de tecnologías y otras variantes que les permitan realizar cobros de pensiones y otros relacionados con sus cuentas bancarias.

Se trata de un servicio bancario imprescindible que requiere además de una respuesta creativa, desde la dirección del banco rector de esta sucursal, sin dejar caer a sus clientes en “cráteres” de los cuales resulta difícil salir sin el apoyo de una respuesta que les devuelva confianza a sus rostros, mitigue el cansancio de los años y les haga sonreír, después de una operación a través de la cual puedan realizar sus pagos a otros servicios vitales en la vida social y doméstica.