Muchos de los aficionados capitalinos se sintieron heridos cuando el pasado miércoles fueron dejados al campo, en los predios del estadio Victoria de Girón, por sus vecinos Cocodrilos matanceros en medio de una algarabía incontrolable en los graderíos.

La derrota desgarró fibras en el alma de todos aquellos que siguen a diario el accionar de su equipo Industriales, a sabiendas de la necesidad imperiosa de triunfos en esta recta final que tiene su equipo favorito para poder conseguir unos de los ansiados boletos que le permitan su presencia en la postemporada.

Pero este revés, más allá del sabor amargo que siempre deja quedar tendidos en el césped de cualquier estadio y la caída provocada a los Azules en la tabla de posiciones, al punto de regresar una vez más al último puesto del torneo, tuvo una connotación especial que levantó ronchas al ser un pelotero oriundo de la capital, quien desde la trinchera opuesta y con el uniforme de los adversarios, disparó el cuadrangular que definió las acciones del duelo. Su nombre: Javier Camero.

Más allá de su celebración eufórica al darle la vuelta al cuadro y llegar a la banca de los anfitriones para ser recibido por su nuevo equipo como un héroe legendario ante la mirada atónita de sus antiguos compañeros, gesto que algunos comprendieron y otros criticaron hasta la saciedad; lo cierto es que esa fuga de talentos provinciales, sobre todo aquí en La Habana al tener una densidad poblacional superior a todas las demás provincias, está llamando mucho la atención y es un problema que hay que combatir con inteligencia.

No hablo de talentos con permisos de préstamos a otras tierras para su desarrollo con el juego diario y luego regresen con su madurez para aportar lo mejor de sí a su provincia, como pueden ser los casos de Yhosvani Peñalver, Alberto Calderón o el mismo Dayron Blanco. El tema son los peloteros desechados u olvidados con excelentes herramientas para jugar al béisbol y la falta de visión de los especialistas, esos quienes quiebran la carrera de algunos atletas.

Camero es un buen ejemplo de esto. Un muchacho quien ya cumplió los 29 años y siendo juvenil fue el cuarto bate de la selección nacional, con un poder extraordinario no abundante en esta parte de Cuba, disciplinado, enfocado, con una mentalidad profesional y muchos deseos de darlo todo por este deporte; no se podía perder. Bajo ningún concepto nadie se podía dar el lujo de mantenerlo en la banca a través del tiempo con esas condiciones naturales para jugar al béisbol, oxidándose al viento mientras sus mejores años iban pasando sin penas ni glorias. Desde niño su sueño era jugar con los Azules y darlo todo por ellos –estoy plenamente convencido–, pero las circunstancias lo obligaron a tomar esa decisión, siempre tan difícil para cualquier atleta. Hoy Javier Camero es un rival con derecho a celebrar sus logros y tenemos que aguantar ese dolor. Que no se repita esta historia. Nos vemos en el estadio.