Según la leyenda, el COCO o el hombre del saco, se lleva a aquellos niños que desobedecen a sus padres, se portan mal, o permanecen despiertos después de la hora de dormir. Sin embargo, no todos son malos. En el Hospital Ginecobstétrico Ramón González Coro existe un COCO diferente, cuya misión es la de ayudar a salvar vidas. 

Foto: Oscar Alvarez Delgado

Este personaje no viste con una larga capa desgarrada, sino con una inmaculada bata blanca, y no lleva sobre sus hombros un saco sucio para raptar niños, sino que sostiene en sus manos varias historias clínicas y una caja llena de medicamentos.

De preguntar en el González Coro por Leybel Lordas Ramírez, es probable muchas personas le digan no le conocen, pero si dice que busca al COCO, las cosas cambian. Licenciado en Enfermería en 2001, Lordas Ramírez (el COCO), se vio precisado a venir para La Habana en el 2002, para poder atender a su madre enferma. Fue en el año 2005 cuando comenzó a trabajar en el González Coro.

Recuerda que en un inicio comenzó como supervisor de Enfermería. Posteriormente, en el mismo 2005, pasó el curso de adiestramiento en administración y preparación de quimioterapia y cuidados paliativos en pacientes con cáncer, funciones en las que se desempeña desde entonces y cuyo servicios no se han parado, ni siquiera en estos tiempos de COVID-19.

Procedente de Romelié, en el municipio de Manuel Tames, en Guantánamo, se puede decir que el COCO se hizo enfermero por caprichos del destino. Él quería coger la carrera de Medicina, sin embargo, la opción que llegó a su escuela, al concluir el pre, fue la de Enfermería. Y aunque en un inicio pensó en posteriormente estudiar Medicina, confiesa estar enamorado de la labor que ejerce.

Al indagar por su apodo, nos dice “no tengo idea. Desde que tengo conciencia me dicen COCO, aunque mi familia, mayormente, me dice coquito”. A pesar de llevar casi 20 años en La Habana, Lordas Ramírez dice que adaptarse a la capital le ha sido difícil, porque, según refiere “allá la gente es más cariñosa, más sociable, se preocupan más cuando hay un enfermo en el barrio, son más de detalles”.

Jaranero por naturaleza, de esas personas que no buscan hacer un chiste, pero que son chistosas, al coco se le ve siempre de buen humor, haciendo con sus ocurrencias que sus pacientes se sientan lo mejor posible mientras reciben el tratamiento de quimioterapia.

Al preguntarle sobre la relación que ve entre su forma de ser y el trato a los pacientes expresa: “Muchos de ellos llegan con la autoestima baja, muy sentidos, doloridos, predispuestos, sin saber a qué se van a enfrentar. Y si se encuentran con un ogro... todo se les hace más difícil. En mi caso, no soy una persona de estar incómoda, ni incomodar a los demás. Creo que mi forma de ser, ayuda a que el tratamiento sea más llevadero. Y si además, les puedo dar alegría y conocimiento a mis pacientes, pues mucho mejor”. 

Foto: Oscar Alvarez Delgado

Mas, no es el González Coro el único lugar donde el COCO ha dejado huellas, pues de 2013 al 2017 cumplió misión en Haití. Sobre las experiencias allí vividas, explica: “En Haití la vida está atada a lo que es cultura, y política. Cultura, porque aun cuando tienen las condiciones, por su cultura no las aprovechan. Ellos piensan que todo es la voluntad de Dios, y prefieren utilizar el dinero en votaciones que en medicamentos. Según su idiosincrasia, la mujer que no pare es un árbol seco. Esa forma de pensar hace difícil allí el trabajo de médicos y enfermeros”.

Al final de la entrevista, descubrimos que el COCO, pese a tener sus raíces sembradas en Guantánamo, en realidad es de La Habana.  Nacido en Maternidad de Línea, fue el médico Amador Bandera quien realizó el parto a su madre. Estando él recién nacido, comenta, sus padres se divorciaron, razón por la que “cambió” Maloja 159, entre Manríquez y San Nicolás, en La Habana, por la provincia de Guantánamo, donde se crio en una gran familia, a la cual, en estos tiempos, no ha podido ir a visitar en las vacaciones, debido a la COVID-19.

Ver a sus pacientes salir vencedores, recuperados, confiesa el COCO, es el mayor premio que puede recibir. “Esta es una enfermedad difícil. Por suerte, en la actualidad ya la gente no lo ve como un tabú, como ocurría un tiempo atrás. Incluso, veo que los pacientes aceptan mejor la enfermedad, y acatan el tratamiento de una forma distinta, con más tranquilidad. Mi deber, entonces, es apoyarlos y poner todo mi esfuerzo para que todas mis pacientes, sin distinción de ningún tipo, salgan adelante”.

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