Tras la proclamación del Partido Revolucionario Cubano, el 10 de abril de 1892, con José Martí como Delegado, se inició la fase final de los preparativos para una guerra necesaria, delineados por su máximo dirigente, con principios políticos bien definidos, y objetivos militares tácticos y estratégicos.

Escabroso fue el rumbo recorrido por nuestro Héroe Nacional desde aquel día hasta el 11 de abril de 1895 en que desembarcó en Playitas. Tres (largos) años de titánicos esfuerzos personales.

Con la salud resquebrajada y “rota el ancla fiel del hogar”, Martí nos ofrece el ejemplo singular del revolucionario tenaz e inclaudicable, que, magistralmente y como hábil artesano, supo cohesionar en un partido único a los elementos heterogéneos que finalmente lo integraron, en el propósito supremo de organizar y dirigir la lucha por la independencia de Cuba y Puerto Rico; fundir los pinos nuevos con los viejos, y luchar contra las corrientes anexionistas y autonomistas,

Y en el empeño se vio obligado a peregrinar sin descanso por Estados Unidos y otros varios países latinoamericanos y del Caribe; tocar las puertas de corazones receptivos en el afán de recaudar recursos, y despistar a los espías enemigos.

Supo trabajar en silencio para que el yanqui no descubriera las verdaderas intenciones antimperialistas de su andar incesante, dirigir la labores del periódico Patria desde su redacción hasta el reparto; escribir miles de artículos, cartas o notas. Es relevante que en una sola jornada redactara más de 48 misivas.

Martí fue capaz de evadir la acción corrosiva de los traidores, reponerse con premura del fracaso de la Fernandina y avanzar aún más rápido de lo que las circunstancias le permitían, para luego capear las peripecias de una azarosa travesía, después de zarpar con Gómez desde Montecristi con rumbo a Playitas, en la Patria amada.

Martí y Gómez hicieron el viaje en medio de una mar encrespada y total oscuridad. Con el desembarco no terminaron los sinsabores, pero fueron enfrentados para demostrar, que la conquista de la libertad es posible sin hay hombres capaces de perseverar y sacrificarse.

¡Cuánto respeto, amor y admiración estamos obligados a sentir los cubanos por nuestro Héroe Nacional y su amigo Gómez, aquel dominicano ejemplar que, con humildad, desinterés y valentía, lo secundó respetuoso y admirado, en todos los propósitos!

¡Cuánta canallada y cinismo se esconde tras quienes invocan a Martí para utilizarlo como bandera de perfidia y doblez, para así tratar de obstruir nuestra ruta hacia la sociedad sin explotación, trazada por el Partido y Fidel!

Ante tales hechos, a los cubanos de hoy solo nos resta decir una cosa. ¡Bendito sea el empecinamiento y la intransigencia de Martí y quienes le secundaron!

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