Trajo al mundo una abultada prole, pero hizo de todos ellos hombres y mujeres de bien. Fue ese el primer mérito de Mariana Grajales Coello, pero no el único, y aunque sí esencial, tampoco el más excelso. Cuando estalla la guerra por la independencia, obligó a todos los del hogar, sin excluir ni siquiera a las féminas, jurar liberar la Patria o morir por ella.
Mujer y negra, de una época en que serlo constituía un sacrilegio, su existencia no transitó sobre lecho de rosas, pero Mariana nació mucha mujer, predestinada a romper esquemas, superar cánones, y trascender. No poca veces llevó el protagonismo en momentos cruciales de la vida de una familia como la Maceo-Grajales- Regüeiferos, e incluso hasta en el propio proceso independentista de la Isla.

Madre adorable, amantísima esposa, entregada a sus deberes en este y aquel rol, sin embargo, la patria siempre por delante. Tanto, que cuando no quedó a quien mandar a la manigua, se fue ella misma y arrastró consigo a niños y mujeres.
Si Antonio y José nacieron Titán uno, y León, el otro, fue porque además de sus senos, también bebieron de su ejemplo, y para reafirmar la grandeza de su estirpe, bastaría con sacar a relucir que de ella germinaron asimismo Rafael (General de Brigada), Miguel y José Tomás (tenientes coroneles), Justo Germán (Capitán abanderado), y otros tres oficiales más del Ejército Libertador, igualmente apellidados Maceo Grajales.
Y lo acuñó un hombre de tantas luces como José Martí: “Mucho más de Mariana que de Marcos llevaron los Maceo en su formación”.
Hermosísima, sí, mas por sobre todo, semilla que germina. Tanto hace después de hecho tanto, que le reconocemos Madre de la Patria.
Mariana revolotea en la hidalguía del cubano. Bate alas y esparce polen de la mejor, en su condición de cubana símbolo, algo que la ubica en lo más alto.
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