Cada ser es fruto de aquellos instantes eternos que construyen nuestra esencia, así le diría a un tímido niño que solo quería escapar de las clases de matemáticas su primer profe de teatro. Digo con orgullo que: Yo soy instructor de arte, aunque mi recorrido profesional me ha llevado en una espiral inconforme de experimentación y constante aprendizaje.

Y es que los pilares de todo lo que hoy me define se resume en las enseñas de mis maestros, los amigos y compañeros que crecieron conmigo, por supuesto aquellos que con tierna voz me llamaban profe.

Foto: Cortesía del autor

Hoy sigo con orgullo la obra de los brigadistas que con tanto amor mantienen vivo el espíritu de tan noble profesión. Mi pecho se aprieta al encontrar en escuelas, casas de cultura y comunidades las ramas florecidas proyección de generaciones de Instructores de Arte. Lo que parecía un sueño en los dedos de un gigante loco, una utopía polémica que se dividía entre el magisterio y la creación, irrumpió como un golpe contundente a la realidad.

Foto: Cortesía del autor

No pocos lograron romper las barreras y tabúes de lo que podían o no, sobre todo los incontables “NO”, que buscaban limitar la mecha de una fenómeno condenado a la maravilla. Y tenemos Instructores de arte dominando las tablas, los micrófonos e instrumentos musicales, la ciudad y la montaña, los lienzos y los pinceles, las puntas, en fin, cada espacio que decidan conquistar. Con estas letras multiplico la felicidad que me asalta ante la belleza construida por los brigadistas del arte en nuestra isla cultural.

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