Las cifras, aun cuando estén por debajo del decimal, incluso el cero caso de reportes en un día, siempre actúan como un foco rojo en la percepción de riesgo que debemos tener para hacer frente a la SARS-Cov-2, cuando La Habana se encuentra en la primera fase de recuperación pos COVID-19 y el transporte público deviene punto de convergencia de personas procedentes de todos los municipios capitalinos.

Varios meses de lucha sostenida contra la COVID-19 pusieron en máxima alerta los esfuerzos, recursos y la voluntad del Estado cubano para reducir el impacto de la pandemia en nuestro país, con énfasis en un escenario que muchos predijeron apocalíptico en La Habana, dada su condición de capital donde residen más de dos millones de habitantes y la confluencia de un tránsito obligado de miles de personas hacia otras provincias.

Aun cuando la enfermedad representa un peligro letal y no se ha logrado una vacuna definitiva, las regulaciones sanitarias en función de una estrategia concebida para la puesta en marcha de inmediato de fármacos con demostrada eficacia contra la SARS-CoV-2, movilizaron las fuerzas de científicos y la permanencia en cuarentena de miles de profesionales de la Salud.

Este fin de semana se podía observar que en los ómnibus públicos de rutas como la ruta 222 –que atraviesa de oeste a este, todo el centro de la capital- venían más pasajeros de pie que los admitidos por la regulación sanitaria. De igual forma algunos choferes (en la cabina) compartían el reducido espacio con otras personas como en los tiempos antes de la COVID-19. El escenario donde se ubica la enfermedad no es excluyente, la letalidad no ha disminuido.