"La Habana, capital de la dignidad, esperará su aniversario 502 como no ha podido hacerlo en los dos últimos años. La vida nacional irá retomando su curso, con la mayor alegría, pero alertas. La paz y la concordia que distinguen la vida en nuestras calles seguirán reinando".

Miguel Díaz-Canel Bermúdez

A pocas horas del inicio del aniversario 502 de la villa de San Cristóbal de La Habana el mundo vuelve sus miradas a la capital de la dignidad, como la definiera recientemente el Presidente de la República de Cuba, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, frente a los intentos de Washington de condicionar una agresión directa.

En las calles habaneras se advierte la tranquilidad cotidiana, la paz y seguridad que la caracteriza; a pesar de la intensidad de las agresiones, el recrudecimiento del bloqueo genocida sobre el cual adicionaron 243 medidas que demuestran la persistencia de la nueva administración
norteamericana; a través de una guerra denominada de cuarta generación, cada vez más intensa en las redes sociales de la internet.

Las contundentes pruebas ofrecidas por el gobierno revolucionario, sobre estos ataques, destacan los vínculos de los mercenarios con las agencias de inteligencia de Estados Unidos, el financiamiento de la Casa Blanca y las relaciones directas con asociaciones terroristas y confesos criminales –con el apoyo de congresistas de la ultraderecha en el gobierno de Biden– para subvertir el proyecto socialista cubano mediante la difusión de noticias falsas y mensajes de odio, con el objetivo explícito de generar confusión y desaliento entre los cubanos.

Recientemente el ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Bruno Rodríguez, denunció el carácter ilegal de una marcha convocada como parte de las acciones de injerencia de Washington en los asuntos internos de Cuba, “en momentos de celebración nacional tras el control de la pandemia de la COVID-19 y la vuelta a la nueva normalidad”, subrayó.

Quienes han tenido el privilegio de ver La Habana, en la mañana, no podrán evitar esa imagen de frescura de la ciudad que se despierta en el bullicio madrugador de quienes regresan del trabajo o van hacia la nueva jornada laboral, las escuelas y los centros hospitalarios.

La ciudad, como en cualquier lugar del país, comienza su agitada vida entre los que se esfuerzan por subir al ómnibus, se quejan de los precios en el mercado agropecuario o se disponen a buscar un espacio para el recreo, los ejercicios y otros asuntos cotidianos. A solo 90 millas, como todos los días, se fraguan nuevos planes de agresión contra Cuba. Dentro del país, los grupúsculos de mercenarios reciben la cuota de alimentos y dinero de representantes de la Embajada de Estados Unidos en La Habana, donde se preparan los continuos planes para generar la desobediencia civil. Sueñan que podrán hacerlo.

Ni siquiera tienen en cuenta la propia idiosincrasia que nos caracteriza, se han convertido, estos vendepatrias, en extranjeros en su propia tierra, verdaderos parias que han perdido su identidad. Conocemos nuestras dificultades, problemas, aciertos. Discutimos, con nuestros propios argumentos, cada una de las situaciones que enfrentamos; las debatimos, con criterio propio, no importado, menos impuesto por nadie que venga de afuera, como reiteró Díaz-Canel en uno de sus habituales recorridos por los barrios: “De eso se trata, de apoyar, de entusiasmar con la posibilidad real de arrancar un pedacito a los problemas todos los días. No es intervenir los barrios. Es colocar en el lugar que le corresponde al verdadero poder popular”.

Lo cierto es que la amenaza velada ha sido parte de la conjura. Pero La Habana, Cuba, todo el país está siempre despierto, vigilante, atento. Convivir con las presiones, las agresiones y las amenazas no son motivos para dejarnos arrastrar por la rutina, el temor, la desesperación.

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