Cuando el 28 de septiembre de 1960 Fidel anunciaba la creación de los Comités de Defensa de la Revolución, depositaba en el pueblo la inconmensurable responsabilidad de velar por lo alcanzado tras años de lucha en la Sierra… sembraba en cada cuadra cubana la semilla del amor y el celo en el cuidado de los tesoros de la Revolución.
Sin el apoyo de los cederistas, vigilantes e incansables, no hubiera sido posible desarrollar muchos de los programas, a su escala masiva, que llevaron la luz de la alfabetización a cada rincón, lucharon sin tregua contra la poliomielitis y acogieron a aquel médico que viviría entre ellos en los, desde ese momento y para siempre, Consultorios de la Familia.
Con el paso de los años y bajo el látigo cascabelero del humor cubano, hubo quien se regocijó en bromas que incluían desempleadas señoras empeñadas en dominar hasta los más púdicos detalles de las vidas ajenas, siempre espiando las intimidades de sus vecinos detrás de unas persianas inclinadas y hubo también quien a eso redujo la labor de los CDR durante 59 años este 28 de septiembre, olvidando a quienes durante largas noches de guardia protegieron el sueño del barrio de posibles agresiones contrarrevolucionarias o simples actos delictivos que pusieran en peligro la seguridad colectiva.

De eso se trataba, y se trata, de la aglutinación de las individualidades en función de la salud del barrio y no solo esa que se refiere al estado del cuerpo, sino de aquella vinculada a los ánimos, la disposición por el trabajo en función de una ciudad más limpia, ordenada y funcional.
Por suerte, ante la actual situación energética, muchos han sugerido que los CDR sean una vez más protagónicos en las ofensivas por una Cuba mejor, que vaya allá a la raíz de todo: el barrio, la casa grande donde cada víspera de aniversario, los vecinos se reúnen sobrepasando las diferencias a degustar aquella típica caldosa preparada mano a mano, expresión genuina de la solidaridad, materializada en ese “aporta lo que puedas, lo que sea”.
Luego de casi seis décadas, ni Cuba ni su capital son las mismas, múltiples situaciones les han hecho redimensionarse y aprender a andar bajo nuevos principios, aunque aquellos que defienden su independencia, soberanía y patriotismo son inamovibles. Los CDR, hechos de pueblo, tampoco son los mismos, como distintas son las tareas y las formas de enfrentarlos.

Sin embargo, en cada cuadra vive y se siente el espíritu cederista. Con tinta de presente se escriben sus siglas, que en solo tres letras expresan lo positivo de los buenos recuerdos, la garantía de su existencia, la posibilidad de continuar construyendo desde la comunidad y seguir confiando en que el vecino es el familiar más cercano, ese que no espía, sino que cuida.
ciertamente una linda tradición y manera de crear vínculo entre nosotros los cubanos frente al cuidado de nuestro país, desde nuestro barrio..... es una lástima que a muchos les a dejado de parecer atractivo y a otros les resulta tedioso o lo enfrentan como una tarea política que cumplir.